Demasiado tarde para la sustentabilidad: necesitamos un cambio de sistema

El mayor desafío que enfrentamos no es cómo entendemos la sustentabilidad, sino más bien cómo entendemos el desarrollo. Cuando consideramos el estado del mundo y el fracaso sistemático del «desarrollo» en proveer de alimentos, vivienda, educación y cuidado a la mayoría invisible, la palabra deja de tener contenido moral o incluso práctico.

Al tratar de encontrar un equilibrio entre el presente y el futuro sin plantearse una reformulación fundamental del desarrollo, el enfoque de la sustentabilidad de la Comisión Bruntland, hoy, en retrospectiva, resulta ingenuo. No obstante, en aquel momento parecía esperanzador. Creo que simplemente subestimamos la voraz capacidad del capital de cooptar y desvirtuar las ideas para ponerlas al servicio de sus propios intereses. Y puede ser que el problema radique no tanto en el término «sustentable» en sí mismo, sino en la dudosa compañía que lo rodea. Consideremos lo absurdo de la promoción doctrinaria que hace el Banco Mundial de un “crecimiento sustentable” a través de políticas que básicamente autorizan a las grandes empresas a arrebatar y vender la riquezas naturales como si no hubiera un mañana. Como consecuencia, nos enfrentamos hoy a la posibilidad de que nuestros mañanas estén contados, o al menos los mañanas que se parezcan al hoy.

Pero a pesar de las buenas intenciones y los sinceros deseos de la Comisión Bruntland de encontrar un mejor equilibrio entre la sociedad y la naturaleza, la visión era esencialmente antropocéntrica, ya que su intención era encontrar la forma para hacer posible que la humanidad pudiera vivir digna y decentemente sin destruir el planeta. El desarrollo sustentable, un término profusamente mencionado en todo el Informe Bruntland, depende del crecimiento y la acumulación, aunque además incluye su redistribución y que ocurra dentro de límites “sustentables”.

De modo que quizá el mayor desafío que enfrentamos no sea cómo entendemos la sustentabilidad, sino más bien cómo entendemos el desarrollo. Cuando consideramos el estado del mundo y el fracaso sistemático del «desarrollo» en proveer de alimentos, vivienda, educación y cuidado a la mayoría invisible, la palabra deja de tener contenido moral o incluso práctico.

Del mismo modo, confrontados con el colapso de los ecosistemas, medioambientes tóxicos, el agotamiento de los suelos, el caos climático, la desaparición de especies, y la finitud de los combustibles fósiles, ¿tiene la sustentabilidad algún sentido, cuando es tan poco lo que queda para sostener? Deberíamos estar hablando más bien de regeneración y restauración de lo que se ha destruido, antes que de sustentabilidad.

La falta de imaginación es quizá nuestro mayor obstáculo: no la falta de imaginación para diseñar soluciones tecnocráticas complicadas para absorber los gases de efecto invernadero, construir formas de vida hechas a medida o nuevos instrumentos financieros para comerciar créditos de carbono. Ya hay demasiada imaginación humana abocada a “solucionar” problemas de manera equivocada. Lo que hace falta es imaginación para pensar cómo vivir de modo diferente, cómo desarmar las estructuras de poder que obstruyen el cambio, y cómo repensar el «desarrollo».

Las visiones del futuro que se basan en un progreso lineal hacia la modernidad y la felicidad no son más que ilusiones. Los Pueblos Indígenas y otros pueblos que viven con la Naturaleza ya lo saben. La sustentabilidad es circular, compleja, tiene que ver con armonía, relaciones y ritmos. No es un ejercicio contable cuyo propósito sea racionar la forma en que usamos los recursos del planeta.

Los Pueblos indígenas andinos hablan de la última crisis –la “crisis civilizatoria”- que nos obliga a volver a imaginar qué significa el “vivir bien” o “buen vivir”. El Presidente de Bolivia Evo Morales lo describe como “pensar no sólo en términos de ingreso per cápita, sino de identidad cultural, comunidad y armonía, entre nosotros, y con nuestra Madre Tierra».

Hermosas palabras, pero ¿cómo se pueden hacer realidad?

El Estado Plurinacional de Bolivia ha vuelto a escribir su Constitución. Ha vuelto a nacionalizar recursos claves, está desarrollando nuevas formas de gobierno y Evo Morales es el primer presidente indígena de la Américas. No obstante, los obstáculos a vencer son tremendos. Bolivia sigue profundamente sumergida en una división internacional del trabajo que se remonta al colonialismo del siglo XVI, y que la relega al papel de proveedor de mano de obra barata, tierra y recursos al resto del mundo. Los pueblos de Bolivia reclaman empleo, vivienda, tierras, salud, educación, agua potable y oportunidades de futuro. Estas mismas comunidades también defienden activamente la Naturaleza y los Derechos de la Madre Tierra, bloqueándoles el camino a las compañías mineras, defendiendo los bosques, deteniendo la extracción de petróleo. El Banco Mundial quizás quisiera hacernos creer que estos hechos contradictorios pueden amalgamarse en algo denominado «desarrollo sustentable». Pero en la medida que Bolivia siga atrapada en el sistema mundial donde el poder y los intereses económicos se imponen sobre todo, no habrá ni sustentabilidad ni desarrollo, sólo pobreza y desposesión. Y así termina el vivir bien o el buen vivir.

Los desafíos que enfrenta la sustentabilidad son muchos, pero a continuación presento los tres que quiero subrayar como conclusión.

En primer lugar, nuestra forma de entender el “desarrollo” simplemente es equivocada. No es posible seguir pensando a la sociedad como algo independiente de la naturaleza, ni a la economía separada de la base material de la producción (naturaleza). El crecimiento tal como lo conocemos ya no es posible.

En segundo lugar, el planeta está demasiado degradado y frágil para hablar de sustentabilidad. Debemos comenzar a hablar de regeneración y restauración.

En tercer lugar, el orden político y económico internacional se alza como obstáculo a los derechos de los pueblos y la Madre Tierra, y es necesario transformarlo. Más vale pronto que tarde.

La mayor esperanza de que el sistema cambie radica en el movimiento en constante crecimiento por justicia climática y ambiental. Este movimiento reúne a activistas de la justicia social y ambiental de maneras novedosas para enfrentar a las ortodoxias del desarrollo. Levanta las voces de las comunidades que luchan y resisten en el frente de batalla de las crisis ecológica y social, y está generando nuevas ideas sobre cómo volver a alinear la relación entre naturaleza y sociedad, informado por visiones del mundo que ya llevan demasiado tiempo subordinadas a las nociones occidentales del progreso. Los Pueblos indígenas hablan de crisis civilizatoria y de los Derechos de la Madre Tierra. Debemos escuchar y aprender.

 

Nicola Bullard es directora de Focus on the Global South y editora de Enfoque sobre Comercio. Este artículo fue publicada originalmente en Development, Volumen 54, número 2, junio de 2011 – aquí…