Máxima Acuña, campesina peruana luchadora por la defensa de la tierra y del agua, fue condecorada con el Premio Medioambiental Goldman, conocido como el Premio Nobel Verde. Nota de Renzo Gómez.
Es la noche del lunes 11 de abril, en un hotel miraflorino. Y Máxima Acuña duda. No es consciente todavía de que en una semana, su canto se hará inmortal. Que aquella letra dolorida, que brotará de su pequeño cuerpo, en un hilo melancólico, será cantada por el mundo. El puño en alto, la mirada baja, el rocío sobre sus mejillas.
Falta para eso todavía. Máxima acaba de llegar a Lima hace un par de horas. Está algo preocupada. Le han dicho que Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski han pasado a segunda vuelta, en las elecciones presidenciales. ¿Cómo vamos a defender las lagunas ahora?, dice que le preguntaron en Cajamarca.
–Resistiendo. No sé qué vaya a pasar. Distinto piensan ellos. Pero resistiremos.
Una mujer delgada, de cabello lacio, asiente. Es Mirtha Vásquez (40), su abogada, directora de la ONG Grufides, y quien ha llevado el caso (30 hectáreas de un predio, en Tragadero Grande, provincia de Sorochuco, que la minera Yanacocha reclama como suyo) desde sus inicios, en la segunda mitad de 2011.
Fue su abogada, como Máxima la llama no por lejanía sino para sentirse más protegida, quien le dio la noticia del premio «importante».
El proceso arrancó en los primeros meses de 2015, cuando la ONG ‘gringa’ Earthworks la postuló al Goldman (20 nominados por continente), el Nobel del Medio Ambiente que se entrega anualmente desde 1989. En los meses siguientes, tres delegaciones de comunicadores visitaron la serranía peruana para corroborar datos. En noviembre le comunicaron el triunfo y le hicieron firmar un contrato de confidencialidad. En enero empezaron los trámites de la visa, y ahora, por fin, están a punto de partir.
Las dos; Isidora (27), la mayor de sus cuatro hijos; y Max Salvador, el primer y único de sus nietos. El niño que en estos momentos sorbe una sopa cabello de ángel en el comedor. El ahijado de Mirtha Vásquez.
Máxima y su abogada son comadres. Fue a Mirtha, en un arranque de júbilo, después de que el Poder Judicial revocara la sentencia por delito de usurpación en segunda instancia en diciembre de 2014, a quien se le ocurrió que el bebé que Isidora llevaba en su barriga debía llamarse Salvador.
El 17 de febrero, al cumplir su primer año, celebraron, en Salacat –un pueblito cercano a Sorochuco–, el Landaruto, ceremonia rural que festeja el primer corte de cabello del niño. “Somos familia”, dice Máxima.
“Ha sido solidaridad entre mujeres”, agrega Mirtha, recordando que litigó, embarazada de su segundo hijo, buena parte de 2013.
Entonces traen al presente los pasajes más duros del juicio, cuando se sentían un enanito más pisoteado por una transnacional. El perro que le mataron, su cosecha destruida, la cámara que los vigila, el dron que sobrevoló sus terrenos la otra vez.
–No sé si sentirme feliz. Que sea lo que Dios diga. Él sabe mi sufrimiento. Él sabrá si este premio me servirá.
Su extrema cautela, hechura de sus temores, no le permiten una sonrisa, siquiera. Sobre todo con lo que acaba de enterarse: la hondureña Bertha Cáceres, Goldman 2015, fue asesinada un mes atrás, y la peruana Ruth Buendía, líder asháninka, Goldman 2014, no fue bien recibida por su pueblo a su vuelta.
Máxima teme. Y duda.
Que no sea el mismo oro
Mientras la pantalla gigante proyectaba su drama, en el Teatro de la Ópera de San Francisco, frente a 30 mil invitados en las butacas y muchos miles más, vía streaming, el último lunes, Máxima Acuña miraba el piso. Era incapaz de alzar la mirada. Luego lloró.
Mirtha Vásquez la abrazó fuerte. Máxima se recompuso, subió las escaleras y el resto fue historia reciente. Los otros cinco premiados la abrazaron.
De regreso en el hotel Fairmont, en la lujosa suite que compartió a su pedido con Mirtha, Isidora y Max Salvador, la campesina que cuando ríe descubre un diente postizo de platino, fijó sus ojos en el trofeo (una serpiente que muerde su cola).
–Ojalá no sea el oro bañado en sangre que Yanacocha saca de nuestras tierras.
En las redes sociales, Daniel, el menor de sus hijos, colgó en su cuenta de Facebook, una foto con una chompa donde figura en fino bordado: Conga no va. El proyecto minero de 5,000 millones de dólares paralizado desde 2011. La polémica que empuja a preguntarnos a qué le llamamos progreso.
Es la tarde del jueves, y estoy conectado vía Skype con Mirtha Vásquez, ahora en Washington, desde su habitación en el Intercontinental Willard. Se alcanzan a escuchar las risitas de Max Salvador. Su abuela se encuentra en una reunión para variar.
El miércoles la condecoraron, en la capital de los Estados Unidos, en una ceremonia más pequeña, ciertamente.
Es la abogada quien me cuenta cómo han sido las últimas dos semanas para Máxima. Las más convulsas, sin duda.
–Me da pena cómo vive la gente aquí. En el campo tenemos un espacio grande para ser libres. Aquí la gente vive encerrada. Esto no es vida.
Algo parecido les comentó a la familia Goldman hace unas noches, durante una cena en su residencia. El miércoles, en su visita a la Casa Blanca, en el ‘palacio del presidente’, tampoco se calló nada.
–¿Por qué no controlan a las empresas de su país que tanto daño nos hacen?
Todos le quedaron mirando. Sonrojarse era una hipocresía.
Me voy a padecer
La primera semana en San Francisco fue la más frenética, a un ritmo de hasta siete entrevistas diarias. Hubo poco tiempo para el turismo, pero hubo. Recorriendo la bahía se toparon con un grupo de pescadores, en plena faena. “¿Cómo se llaman esos palos? ¿Cuánto cuestan?”, preguntó. Se refería a las cañas de pescar. “¿Con una de ellas cuántas truchas caerían?”.
El interés es genuino. Durante toda su estadía, Máxima se ha alimentado prácticamente de pescado frito y papas asadas. Son sus sabores más cercanos en un mundo extraño.
Aunque no lo haya escuchado de sus propios labios sino a través de su interlocutora, Máxima ha sido feliz. O por lo menos ha reído más veces que en los últimos cinco años.
En Washington conoció un jardín botánico, donde se vaciló de cómo sonaban las plantas en inglés. Visitó un mercado donde probó distintas variedades de queso. Al final le preguntaron cuál era el que más le había gustado. “El mío, mi queso es mejor”. Los traductores, con desconcierto y risa, hicieron su trabajo ante sorpresa de los anfitriones.
Hace unos días, según Mining Press, la empresa Newmont Mining Corp, uno de los explotadores de oro más poderosos y accionista mayoritario del proyecto, habría optado por abandonar Conga, debido al rechazo de la población.
«El día que vea irse al último trabajador con sus máquinas, ese día creeré», le dijo a su abogada con prudencia.
Sobre el premio, Mirtha responde: “es una discusión de la familia. Una parte podría ayudar a afrontar el proceso civil, y la otra para apoyar a los compañeros procesados”.
Existe mucha incertidumbre todavía. Mucho miedo. Que la dama de la laguna no se quede sola con su canto. “Adiós, hermosísimo laurel, tú te quedas en tu casa, yo me voy a padecer”.
Publicado en el diario La República (Lima, Perú), 24 abril 2016, aquí …